El sol de Monterrey
Por JoseLo.
Me sigue a todas partes. Salgo en la mañana y me cubre con un cálido abrazo con olor a café. Me vigila en Las Américas, me besa la mejilla. Pasan las horas, los minutos, me siento hostigado. Me escondo por ratos, alivio momentáneo. Plancha de cemento, me asfixia, me ahoga. Me escurre la piel, no hay tregua, sólo por ratos. Quiero escapar a noventa por hora... es inútil. Me quema, me absorbe. La tarde me sofoca entre fierros y cristales andantes. Soy rehén de él. Un árbol, un oasis. Bendito el viento que baja de las montañas y se diluye entre máquinas y concreto. Cae la tarde, lindo respiro, lindo cielo colorado, lindas montañas. Regalo del universo. Se despide por rumbos de la Huasteca. Por fin me libera. Me abandona, me deja huérfano. Cae la noche. Me fumo un cigarro y pienso: Y a pesar de todo, ¿qué chingados sería yo sin él? ¿Qué sería Monterrey?
Hay un poema de Alfonso Reyes que se llama así y habla del sol de su infancia.
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